sábado, 17 de octubre de 2015

Salamanca: la primera ponencia


 Lo recuerdo con toda nitidez. Septiembre de 1985. Salamanca. Se había organizado el Congreso Internacional “España en la Música de Occidente”. Eran años de prosperidad y para el evento se había contado con grandes nombres del hispanismo musicológico internacional. Yo ya había leído la tesis en 1984 y los directores del congreso —Emilio Casares, el P. José López-Calo e Ismael Fernández de la Cuesta— me encargaron una comunicación. Naturalmente, eso ya era todo un honor. Pero, paralelamente, Emilio me dijo que fuese preparando la ponencia marco para la sesión de música contemporánea, por si Enrique Franco fallaba. En realidad no me asustaba el tema, pues por esos años muy pocas personas estaban medianamente impuestas en las vanguardias de los años 50 y 60 y yo trataba de ser una de ellas en función del propio asunto de la tesis. Lo que sí me imponía mucho respeto era la posibilidad de ser el ponente principal de aquella mesa y de exponer mis investigaciones ante musicólogos prestigiosos de todo el mundo y ante el numeroso público reunido en las viejas aulas de la universidad salmantina, siendo el Aula Salinas el epicentro del congreso y habiéndose colocado pantallas en otras aulas para acoger a los asistentes.
¿Por qué Emilio creía que Enrique Franco podría fallar en el último momento? Pues por la sencilla razón de que ya lo había hecho en ocasiones anteriores, dos de ellas en Asturias. Supe la razón por otra persona, pero no entraré en detalles. Lo cierto es que don Enrique aceptaba los compromisos sin demasiado problema, pero al final no era raro que acabase excusándose por no poder asistir al correspondiente acto.
Tal como Emilio había previsto, Enrique Franco renunció a su intervención a última hora. Los organizadores tiraron de plan B y allí me vi el último día del congreso pronunciando la ponencia plenaria de dicha sesión que enlacé con la comunicación que tenía encargada desde el primer momento. De modo que allí estuve, trajeado y luciendo un brazo escayolado a causa de un pequeño accidente, ilusionado y lleno de nervios, dispuesto a dejar bien alto el pabellón y a no defraudar a quienes habían confiado en mí para tan alta responsabilidad.
Creo que, en cierto modo, me gané la simpatía del público con el arranque de mi ponencia. Reconocí que tal vez no fuese todo lo especialista que se requería en tan magno evento, pero que al menos sí lo era en el arte de sustituir a Enrique Franco y que era ya la tercera vez que lo hacía en ese año. Al acabar mi intervención hubo nutridos aplausos. Pero al salir, una filóloga de extrema derecha (de las que llevaba la bandera de España en la correa del reloj, como los ultras de Blas Piñar y su Fuerza Nueva), me dijo que mi ponencia estaba bien preparada, aunque había partes que parecían sacadas de un mitin del sindicato Comisiones Obreras. En realidad sólo se trataba de algunas alusiones a Fraga Iribarne en su etapa de ministro de Información y Turismo durante el franquismo.
En ese congreso conocí y hablé con musicólogos extranjeros de mucho fuste, como Alberto Basso, Michel Huglo o Claude Palisca, por citar unos pocos nombres. No faltaron las actividades festivas y entre unas y otras experiencias el Congreso de Salamanca sigue suscitando en mí recuerdos imborrables y maravillosos.
A la vuelta, vine en el coche de Celsa Alonso (un viejo Seat 850) en el que también hicieron el viaje dos amigas suyas. Las tres iban a estrenarse pocos días después como alumnas de la hoy célebre primera promoción de la Especialidad de Musicología de Oviedo. Celsa Alonso es desde hace muchos años una excelente amiga y compañera en la Universidad y ya en ese momento supe que era una persona valiosa. Fue un viaje precioso, que entretuvimos con buenas raciones de hornazo y muchas risas.

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