viernes, 22 de enero de 2016


El año 2015 dejó excelentes momentos académicos en el Dpto. de Hª del Arte y Musicología de la Universidad de Oviedo. Uno de ellos fue el acto de lectura y defensa de la tesis doctoral de Vera Fouter Fouter, licenciada en Hª y Ciencias de la Música y posteriormente becaria de investigación. Su tesis, dirigida por la profesora Mª Encina Cortizo, se titula La estancia en Rusia del compositor Vicente Martín y Soler (1754-1806). Nuevas aportaciones musicológicas.
 Fue toda una satisfacción formar parte del tribunal que la juzgó, en compañía de los profesores Emilio Casares e Yvan Nommick, este último en sustitución de Leonardo Weismann, reconocido especialista en Martín y Soler, que no pudo viajar a España por razones imprevistas. La tesis se leyó el 17 de febrero de 2015.
Ya me había tocado participar (años atrás, en la Autónoma de Madrid), en una tesis documentada en archivos rusos, así que no me supuso ninguna sorpresa el inventario de dificultades que ha de superar el investigador para llegar a su meta, en algunos casos con tintes kafkianos que casi no se pueden creer. La doble nacionalidad de esta musicóloga ayudó un poquito en estas lides, al menos en la parte de gestión del acceso, pero de nada valdría si no estuviese acompañada de un tesón a prueba de contratiempos.
Excusado es decir que un perfil académico como el de Vera Fouter, excelente alumna de licenciatura, ya me hacía suponer que todo iba a ir sobre ruedas y que la investigación cumpliría sobradamente con los objetivos propios de este tipo de trabajos académicos, como así fue. Y todo ello complementado con una exquisita presentación, cuadros, pulcras traducciones, análisis, imágenes, etc.

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La figura de la zarina Catalina II es tan poderosa en sí misma que tiende a eclipsar todo lo que le rodea. La propia investigadora alude numerosas veces al perfil ilustrado de la soberana, que llevó a San Petersburgo a músicos muy relevantes (como Paisiello, por ejemplo) y que se carteaba con los pensadores más sobresalientes de la Europa del momento.
La arrolladora personalidad de Catalina la Grande determinó que tanto en el primer período (1788-1794) como en el segundo (1795-1806), menos grato y que se sitúa tras un corto paréntesis londinense, el compositor tuviese que trabajar sujeto a unas directrices muy claras, atendiendo al valor educativo que se otorgaba en la Corte al teatro en general y, por eso mismo, al teatro lírico en particular. Así, por poner un ejemplo, en la ópera cómica titulada Gorebogatir Kosometovich la clave radica en los problemas políticos y militares con su primo, el rey de Suecia, al que el libreto ridiculiza de manera despiadada.
Sospecha uno que la soberana rusa era un punto kantiana en cuanto a la consideración de la música. Le gustaba mucho, sin duda, pero acaso el carácter evanescente de este arte, menos dado a lo cognoscitivo y a lo duradero (en opinión de Kant), pudo haber pesado en el tipo de dirigismo pedagógico que imponía en los espectáculos de la Corte.

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Un aspecto en verdad fascinante de esta tesis se encuentra en todo lo referente a los procesos de ·rusificación”, que van mucho más allá de las simples traducciones a la lengua rusa. Las modernas tendencias de la traductología encontrarían una mina en la comparación de los textos en italiano (o francés) de los libretos con las traducciones rusas de esa época, por aquello de que lo traducido no sólo se modifica con el cambio de lengua sino por el paso de un contexto de origen a otro de llegada. Vera Fouter explica muy bien cómo la rusificación afecta a todo el entramado de las óperas, a la música, a la escenografía, a los añadidos y supresiones, a los personajes populares que se incrustan en obras del repertorio, entre otros elementos. La traducción de Dimitrevsky del libreto de Da Ponte de Una cosa rara, la célebre ópera de Martín y Soler, puede ponerse como un magnífico ejemplo de lo dicho.

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Al lado de estas líneas maestras se abren caminos para indagar en aspectos complementarios, como lo referente a las obras de Martín y Soler pertenecientes a otros géneros musicales. O bien, la influencia de lo francés y en especial del ballet, (muy notable bajo Pablo I), al tiempo que se reconstruyen muchos aspectos de la vida del compositor estudiado en esta postrera fase de su trayectoria internacional.
Vera Fouter ha utilizado fuentes muy variadas y abundantes para cada una de las grandes obras de esta etapa del maestro valenciano. Ha revisado manuscritos, ediciones de la música, libretos, borradores, pudiendo decirse que todo lo relativo a la poiesis o intenciones del compositor (y de las mentes de la Corte rusa que estaban detrás de cada proyecto) ha quedado particularmente bien trabajado.
La notable bibliografía manejada, en especial la escrita en ruso (en franco crecimiento) es otro de los puntos fuertes de este trabajo. Y lo es no sólo por el valor de los autores utilizados, sino por lo poco que se citan en las publicaciones escritas en otras lenguas europeas.

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Le dije en su día a la profesora Cortizo, directora de la tesis y cualificada responsable en la Universidad de Oviedo de las enseñanzas relacionadas con el teatro lírico, que tal vez no fuese yo la persona más indicada para formar parte de ese tribunal (pues aunque nada de la música me sea ajeno no puedo considerarme especialista en el ámbito estudiado en la tesis), pero ahora celebro haber aceptado la invitación por lo mucho que pude aprender del trabajo de Vera Fouter, del que sólo trazo aquí unas rápidas pinceladas.
Las publicaciones de esta joven musicóloga ya completan —y habrán de completar aún más en el futuro— los conocimientos que tenemos sobre este ilustre operista valenciano.
Vera Fouter nos demuestra que Martín y Soler no vivió un declive profesional en Rusia, como se dijo por puro desconocimiento, sino una etapa muy rica y productiva como autor de óperas, ballets y otros géneros que le consolidan como un grande de la música europea del momento.

Foto: Vera Fouter el día de su tesis. Cortesía de Ramón Sobrino.

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