sábado, 16 de enero de 2016

Verdugo y pregonero


Hay un dicho que reza así: “Mira, mira como subo de pregonero a verdugo”. Es una forma irónica de sugerir que las cosas van mal, cuesta abajo, de más a menos. 
 Los dos oficios del refrán me salieron al paso cuando indagaba sobre los músicos vinculados al ámbito municipal en el Oviedo de los siglos modernos. Pensé que había que dedicar algo de atención a los pregoneros, pues ya se sabe que lo “sonoro” va más allá de lo meramente “musical” y no era cuestión de limitarse a los ministriles encargados de tocar la trompeta, el clarín, los atabales o la gaita, por poner unos ejemplos característicos de músicos al servicio de la municipalidad en aquellos tiempos.
El pregonero ejerce una actividad que aún está presente en la memoria colectiva de nuestro país (a veces a través de las viejas películas del cine español) y que ha interesado a los antropólogos y etnomusicólogos, en razón de su rol singular y por sus técnicas de recitación de los correspondientes bandos y demás avisos municipales.
El caso es que es que el cargo de pregonero puede aparecer asociado (los datos son del siglo XVIII en Oviedo) al de “ejecutor de justicia” o verdugo. Mas no nos referimos aquí a la tradición de presentar juntos al pregonero y al verdugo ante el pueblo al comienzo de los festejos, como advirtiéndole y recordándole que si el primero proclama la norma a los cuatro vientos, el segundo se encarga de castigar severamente a los que pretendan saltársela a la torera.
No es este tipo de asociación de dos personas (cada una con un trabajo distinto) de lo que aquí se quiere tratar —aunque el tema daría mucho juego—, sino de la coincidencia de los dos puestos en una sola persona. En 1777, por ejemplo, se da en Oviedo esta duplicidad.

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Semejante pluriempleo me atrajo de inmediato. Anoté, por ejemplo, informaciones sobre el traje del ejecutor de justicia, que era de colores llamativos, rojo o azul, o bien demediado sobre ambos tonos. De este modo quedaba bien diferenciado de las gentes ordinarias.
Esa marginalidad se advierte mucho mejor en el detalle de que este personaje portaba una vara para señalar aquello que deseaba adquirir, pero que no podía tocar. ¿Quién compra unas manzanas en el mercado —se dirían los más remilgados—después de que el verdugo hubiese estado manoseándolas? Y por si su traje bicolor no fuese suficientemente explícito, lucía una escalera de patíbulo bordada en la parte de atrás del sombrero.
Un ciudadano así componía una estampa igualmente bifurcada entre el soniquete de su pregón (acaso escuchado como el de un oráculo cuando se daba la mencionada duplicidad de cargos) y el silencio acusador y estigmatizante de su otro oficio de verdugo. Pues es conocido que si por un lado son actores de la ley y su trabajo puede presentarse como ejemplarizante desde el poder, por otro no dejaban de estar muy mal vistos y pintados con las más negras tintas.
Hay toda una literatura acerca del tema y estudios muy sugerentes sobre la psicología de estos ejecutores de sentencias. Incluso hay estudios que desmentirían lo afirmado en el refrán del comienzo en algunos aspectos y épocas, pero todo ello no viene al caso en esta nota meramente curiosa.
Un último detalle que, como los anteriores, ha sido extraído de los libros de acuerdos del ayuntamiento de Oviedo: por si el pregonero-verdugo tuviese poco trabajo con su dúplice ocupación diurna, también podía encargarse de tocar las campanillas por las ánimas durante la noche. O sea, tres en uno. Las calles eran testigos entonces de su nítido tintineo, repique de orden en las tinieblas de la ciudad dormida y alivio para insomnes y supersticiosos.

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Oviedo, como “entorno sónico limitado”, sonaba de una determinada manera en el siglo XVIII, poseía un concreto “paisaje sonoro”, por utilizar la teoría de Murray Schaffer pronto asumida por la Unesco para muy variados fines y proyectos. Unos Autos de buen gobierno y Policía, publicados para la ciudad de Oviedo en 1791, nos muestran la preocupación sobre el ruido en un período histórico preindustrial, que podríamos asociar con cierto gusto ordenancista de tradición ilustrada:
"Que siendo como es tan molesto a los enfermos y a los sanos el fastidioso y perjudicial ruido del rechino o chillido de los carros, no se puedan traer por los paseos, ni introducir en la ciudad con dicho rechino o chillido y deberán venir sin ellos que entraren…” 
Por la misma razón, no sería descabellado analizar al personaje que hoy traemos a este blog con el mismo método; pues resulta que alguien dedicado a segar vidas, a silenciar para siempre a los reos (salvo que gritasen desaforadamente en las penas de azotes y entonces los rechinos y chillidos eran de otro cariz), se nos muestra como un agente sutil de “señales sonoras”, únicas y casi estremecedoras, sobre la “tónica” del “paisaje sonoro” de la ciudad.

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Es lo que tienen los archivos: va uno con una idea de trabajo e incluso alcanza a cumplir sus objetivos, pero la propia riqueza de las fuentes nos deja vislumbrar nuevos caminos y posibilidades que sólo otros, en el futuro, habrán de analizar con el debido rigor.

Referencia:
Ángel Medina Álvarez. “Sugerencias de trabajo musicológico en archivos municipales”. Música oral del Sur. Revista Internacional, 2, pp. 7-18. (Granada): Centro de Documentación Musical de Andalucía, 1996. (Disponible en la Biblioteca Virtual de Andalucía).

1 comentario:

  1. Enhorabuena por esta entrada. En mi modesta opinión ha quedado "redonda". Gracias por compartir de forma tan amena e interesante tus conocimientos.

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