viernes, 25 de marzo de 2016

Josep Soler: cumpleaños a pie de obra



 Josep Soler cumple 81 años este 25 de marzo. Que caiga precisamente en Viernes Santo no le viene mal a un autor que ha experimentado la pasión (el paso, el sufrimiento, el sacrificio, el sueño de la redención) y que ha escrito abundante música relacionada con la Semana Santa.
Las siguientes líneas celebran el propio hecho del aniversario y, muy en particular, que el maestro catalán se encuentre con las mismas ganas de siempre para seguir creando. Como él suele decir, “nadie lo va a hacer por mí”.
Desde que lo conocí (en 1980) he tratado de estar al tanto de su obra. Y he permanecido en contacto con él hasta el presente. De hecho, hace sólo unos días hablábamos por teléfono y me contaba sus actuales proyectos, con un libro en prensa (que incluye poesía, teatro y ensayo) y un par de discos en ciernes. Discos que son una especie de antología que arranca nada menos que con el Himno de Oxirrinco (s. III) y que va recorriendo esas fuentes medievales que tanto le/nos gustan (Musica enchiriadis, Winchester, Cotton, Guido, la misa de Barcelona…), al tiempo que se deja un espacio para determinadas creaciones actuales.
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Profeso hacia Josep Soler una mezcla de admiración, amistad y asombro. Y ya en la citada fecha de 1980 —disertaba el maestro en un curso de verano celebrado en Gijón— me llamó la atención el recuerdo que tuvo para sus maestros y el tiempo que dedicó a algunos de sus discípulos. En cierto modo, ese hecho indicaba que se veía a sí mismo como un eslabón entre unos (los maestros) y otros (los discípulos). Aceptar este hecho es pensar en términos de absoluta humildad. Otros juzgarán cómo ha sido el eslabón que él representa, pero nadie negará su lugar y engarce en esa cadena.
En 2011 tuve la satisfacción de pronunciar la laudatio en su honor con motivo de la entrega en Barcelona del Premio de Composición Iberoamericana “Tomás Luis de Victoria”. Recuerdo que en aquella intervención  insistí en su gusto por la historia musical de cualquier época, algo que acababa de reflejar en mi aportación a un libro colectivo coordinado por Joan Cuscó, cuya referencia figura al final de estas líneas. Este aspecto —sólo uno de entre las decenas que componen su poliédrica personalidad— es el que me permito reiterar aquí a modo de felicitación.
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Es, pues, indudable que Soler ha sabido insertarse en una tradición. El compositor practica el respeto a los maestros con especial generosidad. No sólo fue uno de los más ilustres discípulos de Cristófor Taltabull, sino que ha sabido poner a su principal maestro en el lugar que merece (mediante ediciones, estudios o fomentando interpretaciones de su obra) como el auténtico “hombre providencial para la música de Cataluña” por utilizar una expresión con la que el propio Soler tituló uno de sus trabajos sobre Taltabull. Por supuesto, los consejos y las orientaciones de René Leibowitz fueron muy útiles, pero la deuda con Taltabull es mucho más evidente y Soler ha sabido devolver con creces al mundo musical los saberes aprendidos con su maestro.
Pero hay que decir que Soler ya era compositor antes de conocer a Taltabull a principios de los 60. Lo era de una manera natural e inevitable, como se es latino, por ejemplo. De hecho, las primeras obras del compositor datan de 1951, cuando era un quinceañero. Y aquí Soler da una gran lección a muchos compositores que reniegan de sus obras y que sólo parecen estar a gusto con lo que traen entre manos en cada momento. Soler no es un compositor saturnal que se coma a sus hijos. Como él mismo ha dicho “¿Qué raro Saturno se atrevería a comer aquello que fue de él mismo y que logró expulsar, con dificultad, de sus vientres?”.
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La mirada hacia los maestros no se limita a quienes lo fueron de manera efectiva y directa. En realidad, la producción soleriana está siempre impregnada de historias y de historia.
Decimos de historias por la presencia de textos, argumentos o libretos procedentes de las más variadas literaturas que informan su música vocal y escénica. Hay textos de Séneca, Sófocles, de la Biblia, de su muy amado Rilke, de Shakespeare, Ronsard, Flaubert, Baudelaire, Mallarmé, Mary Shelley, Calderón, Verdaguer, de los poetas persas. como Rumi, y de muchos más.
Y siempre se detecta, incluso en las obras instrumentales, como un fondo literario, una disculpa, un motivo de inspiración, una sugerencia en el título que resultan inseparables del resultado final.
Pero también hablamos de historia y de historia de la música en particular. Sus creaciones, como ya hemos escrito, dialogan con otras creaciones y recorren todas las amplias provincias de la intertextualidad, mediante la cita más o menos literal, más o menos oculta, los ecos, las alusiones, el collage en alguna rara ocasión, incluso mediante la asunción de los procedimientos técnicos o los planteamientos estéticos de quienes le han precedido.
Lo anterior no sitúa a Soler de ninguna manera en el ámbito del eclecticismo, ni del revivalismo, ni al lado de los compositores especialistas en revisitar la historia desde una cierta distancia llena de guiños cómplices para el oyente. No, en Soler el peso de la historia muchas veces casi ni se nota. O, por el contrario, se hace explícito sin más alharacas. O discurre por sus pentagramas con la misma naturalidad con la que el agua de los ríos contiene la de sus afluentes.
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Si la Antigüedad clásica es un referente para Soler en textos, mitos y lenguas, la Edad Media ya se muestra como un universo de incesante atracción para nuestro compositor. En los siglos medios hubo un amplio espacio para el sentido de lo trascendente, para el vuelo teológico y para una lenta pero imparable evolución musical. Por eso la música medieval tiene en Soler una amplia resonancia.
El canto gregoriano, por ejemplo, suena en un buen número de sus obras. El Llibre per l´orgue de Santa María de Vilafranca es, sin duda, un ejemplo significativo.
La monodia litúrgica visigótico-mozárabe también fue fértil, y ahí la Melodía para el Álbum de Collien Honegger, con base en la liturgia para el entierro de párvulos.
La música de Notre Dame, polifonía en torno a 1200, subyugó a Soler desde épocas muy tempranas. Hay compositores europeos que han sabido aprovechar este repertorio, como Arvo Pärt, pero Soler ya la había integrado en su producción desde los primeros años sesenta.
No falta tampoco la mirada a la música catalana medieval, sin duda cimera en las polifonías del Llibre Vermell.
El período postrero de la Edad Media, con la figura gigante de Guillaume de Machaut, fue también motivo de alguna deuda soleriana con el pasado. Dos piezas, ambas de 1995, tituladas Ma fin est mon commencement, toman el título de la célebre obra del francés, así como su procedimiento de retrogradación, aunque ambas son muy distintas entre sí.
Pero Soler no se ha detenido en la Edad Media sino que ha seguido dialogando con otros períodos, desde el mundo perfecto y cristalino de la polifonía renacentista, pasando por Couperin, Purcell, Bach, Mozart, Schubert, Beethoven, Listz, Wagner, R. Strauss, Schoenberg, Berg, entre otros muchos. Y no se trata sólo de que recoja técnicas concretas de unos y otros, de que componga ciertas páginas de homenaje “a la manera de”, sino que, en cuanto a algunos creadores, se transforma en un continuador y un auténtico heredero. Eso podemos asegurarlo para el caso de Wagner, de quien toma la utopía de la obra de arte total, la idea de redención y el gusto por ese mágico instante armónico que es el célebre “acorde de Tristán”, a partir del cual creó un completo y eficiente sistema armónico con el que trabaja desde los años ochenta. Con ese sistema y su sabiduría en términos de orquestación ha creado un gran corpus compositivo de inconfundible perfil y capaz de reencontrar la comunicación con el oyente, tantas veces perdida en los años más belicosos de las vanguardias.
Soler nos demuestra que no hay manera de hacer tabula rasa. La historia pesa y no cabe obviarla. No sólo eso. Soler se sabe y se ve formando parte de una cadena, conocedor de un legado que ha de transformar en su obra y mostrar a las siguientes generaciones. Lo que ocurre es que, en su análisis, la situación no puede ser más conflictiva y tal vez sólo le quede al compositor (asumiendo muy adorniamente todos los males del mundo) la disyuntiva de enmudecer o de recoger entre las ruinas algunos sillares, por emplear una imagen muy de su gusto, con los que empezar a erigir una nueva etapa donde el arte vuelva a adquirir esa capacidad de diálogo con lo trascendente que la sociedad actual parece haber olvidado.
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Una cosa más. ¿Qué sociedad es ésta que permite que un maestro indiscutible como Josep Soler cumpla 80 años en 2015 y haya llegado a los 81 este 25 de marzo de 2016 sin que durante dicho período se sucediesen las celebraciones y homenajes? No es que le falten honores y distinciones al maestro de Vilafranca. Los tiene y algunos de ellos son muy prestigiosos. Los acepta con gratitud, pero también ha sabido rechazar cierto galardón ministerial por una elemental cuestión de principios.
De modo que detectamos falta de sensibilidad en los responsables de la programación y de la gestión de la cultura musical. ¿Tendrá razón Soler para encastillarse en ese pesimismo que es casi una seña de identidad de su posición ante la vida y que, con todo, no afecta a su ser más hondo, que es la propia creación?
La crisis, a lo que se ve, no sólo es económica.

Referencias:
Texto parcialmente extractado de   Ángel Medina: “Josep Soler: La historia y la inspiración, la noche y la luz”. En Joan Cuscó (ed.): Josep Soler i Sardà: componer y vivir, pp. 7-14. Zaragoza, Libros del innombrable, 2010.  Ángel Medina: “Josep Soler: la historia i la inspiració, la nit i la llum”. En Joan Cuscó (ed.): Josep Soler i Sardá. Compondre i viure, pp. 7-13. Vilafranca del Penedès, Propostes Culturals Andana, 2010.

Fotos:
—Soler en Oviedo (1991). Foto de Ángel Medina.
—Funda del CD que acompaña el libro editado con motivo de la entrega del Premio SGAE de la Música Iberoamericana “Tomás Luis de Victoria”. Angel Medina: Josep Soler. Música de la psión. Madrid, Fundación Autor, 2011.

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