martes, 1 de mayo de 2018

Campanas, lenguas de hierro


Las campanas forman parte de la memoria sonora de muchas culturas. En un contexto de tradiciones católicas, como es el caso de España, las campanas tienen una acusada presencia. Sin embargo, no siempre gozaron de la misma consideración por parte de las comunidades que escuchaban sus sones. 
En los últimos años hemos visto en los medios informativos algunas polémicas bastante sonadas (nunca mejor dicho) sobre las presuntas molestias que los toques de campanas producían en el vecindario. Esto se debatía especialmente cuando los toques comenzaban a primera horas de la mañan, domingos y festivos incluidos; o sea, cuando algunos desean prolongar un poco las horas de descanso después de una semana de trabajo o, todo es posible, después de una noche de farra, circunstancia esta última muy arriesgada si se tiene cerca un campanario madrugador. 
La polémica es antigua y puede presentar argumentos más filosóficos. A principios del siglo XVII, el P. Suárez, en su célebre Defensa de la fe, ataca la práctica anglicana de cuestionar el uso de las campanas en el culto. Más tarde, algunos ilustrados (también en España) no podían soportar la misma altura de los campanarios, irguiéndose poderosos sobre el común de los mortales, simbolizando así el poder eclesiástico y lanzando desde lo alto de esas torres un mensaje que de ningún modo podía dejar de ser escuchado en varios kilómetros a la redonda.
Y con todo, la inmensa mayoría de la gente no puede sustraerse al encanto antiguo de estos marcadores temporales, de estos informantes sonoros que nos avisan de que está a punto de comenzar la misa o de que ha habido algún fallecimiento en la parroquia, entre otras cosas. 
La Iglesia ha dado diversos usos a las campanas. El predicador Bartolomé Cases, citando a Lorichio, menciona los siguientes cinco: primero, “llamar al pueblo”; segundo, “para significar, y distinguir los días festivos”, lo que se consigue mediante el uso de campanas mayores o menores, o bien empleando pocas o muchas, en señal de la correspondiente jerarquía de las categorías festivas; el tercero, para “glorificar a Dios”, en prueba de agradecimiento por los bienes que nos concede; el cuarto, para “implorar en las necesidades los divinos auxilios”; y, en quinto lugar, para cuestiones relacionadas con las inclemencias del tiempo, o sea, “para desterrar las aéreas tempestades, y los infernales enemigos, que con ellas felicitan nuestra ruina”. En efecto, existía la creencia de que los tañidos de las campanas disipaban las nubes tormentosas, venciendo a los demonios que las provocan, pues “azoran sus vozes a las tartáreas huestes, como clamor de Trompetas de el Rey de las luzes”. 
La Iglesia contaba con un amplio historial de leyendas y tradiciones en favor de estos “plectros o lenguas de hierro”, como las llamaba el P. Cases. Así, las campanas que no suenan hasta que el que las toca no obtiene el perdón de sus pecados; campanas que obran prodigios en tiempo de guerra; campanas misteriosas, en fin, cuyo sonido nadie sabe de dónde procede, etc.
Las campanas podían considerarse también en clave simbólica. La metáfora viene servida, pues es bastante lógico asociarlas con la voz de la predicación, empezando por la de los apóstoles. En efecto, encastilladas en lo alto, parecen volar camino del cielo y nos conducen con su sola posición al imaginario aéreo y ascensional, tan frecuente en la música. Llaman, convocan, recuerdan, predican.
Las campanas se funden a veces con añadidos de oro y plata proporcionados por las alhajas de los fieles, se bautizan y nombran, se consagran, repican con luminoso tañido, pero también se pueden quebrar por las constantes vibraciones de su materia. La campana rajada es más frecuente de lo que cualquiera podría pensar. Su sonido ya no es tan bueno y, naturalmente, puede llegar a romper del todo. Una campana que revienta antes de convertirse en la voz de la predicación, ¿con quien se ha de asociar? Pues con Judas, que siempre acaba pagando los platos rotos. 
Callan las campanas en ciertos días la Pasión. Pero numerosos autores (y también el sermón del P. Cases que nos está guiando) saben buscar en la imagen de Cristo en la Cruz un simbolismo musical muy repetido desde antiguo. Pues, al fin y al cabo, la carne tensa de Jesús clavado sobre el madero de la cruz, se equipara con las cuerdas de tripa sujetadas al mástil de un instrumento mediante las correspondientes clavijas. Callan las campanas porque se está interpretando entonces, con voces de sufrimiento, la redención del género humano. Pero volverán a sonar y o anunciarán universalmente la buena nueva el Domingo de Resurrección.

Referencia:
Bartolomé Cases; Campanas sin vida, campanas con alma…, Valencia,, 1730.

Fotografía: Campanas del Santuario de Nuestra Señora del Rocío, Almonte (Huelva), foto del autor /2016).


1 comentario:

  1. Querido Ángel, ayer le saludé en Gijón después de la conferencia.
    Por la noche, picoteando en su extraordinario blog(lamentablemente desconocido para mí hasta ahora), al dar con esta entrada, recordé este hermoso texto de Aramburu suscitado por un milagroso poema de Andrés Trapiello.
    https://www.google.com/amp/s/amp.elmundo.es/opinion/2019/01/06/5c3103dcfc6c83073b8b465a.html
    Saludos, y siempre gracias.
    Alberto

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